Entrevistas cartoneras: Cynthia Biggemann
"Creo que el lenguaje juega a
aproximarse al temblor de lo real"
Mención de honor II Concurso de poesía "Emma Villazón"
En "Animal Baldío" se despliegan imágenes de descomposición, mutación y renacimiento. ¿Qué representa para ti el "animal baldío" en el contexto de la existencia y la transformación?
El animal
baldío es una entidad que sobrevive al margen de la historia, un cuerpo sin
linaje ni territorio, pero cargado de memoria muy cercana a la humana. Habita
en el umbral entre la presencia y la desaparición, entre lo que queda y lo que
se disuelve. No me interesa la idea de lo baldío como algo vacío o inútil,
sino como un espacio donde la vida se reorganiza de formas imprevisibles, donde
lo que parece yermo esconde un movimiento casi subterráneo.
Escribí este poemario con la sensación de que los cuerpos, al igual que las palabras, necesitan mutar, quizá hacia algo que aún no se revela, pero para demostrar esa impermanencia. En cada imagen intento hacer una oscilación entre lo orgánico y lo espectral, entre el cuerpo que se disgrega y la voz que resiste. El animal baldío no es solo el ser que vaga entre los restos de un mundo en ruinas, sino también el lenguaje mismo cuando se desarma y se vuelve residuo, fragmento, aullido.
La obra entrelaza elementos de la naturaleza con estados internos profundos. ¿Cómo relacionas la transformación de lo natural con tus propias experiencias y visiones del cambio?
Lo natural y
lo humano son sistemas que se interpenetran como ondas que se mueven en
conjunto. No creo en la idea de una naturaleza externa, separada del cuerpo o
del pensamiento. Cuando era chica, antes de abrir la ventana de mi cuarto en la
mañana, pensaba que, si el día estaba nublado, iba a ser un día sin
preocupaciones. Me aturdía el sol.
Escribo desde la convicción de que todo proceso interno es, en el fondo, un fenómeno físico: el duelo, la memoria, el miedo, todo deja rastros en la materia. La naturaleza no es un escenario, sino un organismo en mutación que se inscribe en la piel, en los huesos, en la voz buscando posibilidades, supervivencia, anclaje. He vivido cambios como un proceso de desgaste y reconfiguración. Quizá por eso el poemario insiste en imágenes de erosión, de cuerpos que se disuelven en la costra de la ciudad o en la ceniza de un bosque calcinado. Me interesa explorar cómo la identidad no es algo fijo, sino una acumulación de residuos, una serie de capas que se desprenden y dejan aparecer algo nuevo, aunque ese "nuevo" siempre esté marcado por la ruina de lo anterior.
Muchos textos emplean un lenguaje visceral y sensorial ¿De dónde surge la necesidad de plasmar lo físico y tangible para expresar lo simbólico?
He pensado que lo abstracto
necesita anclarse de alguna manera en lo corpóreo. Las sensaciones no flotan en
el vacío; toman forma en un espasmo, en una herida, en un temblor. Animal
Baldío se escribe desde esa urgencia de darle un peso material a lo
simbólico, de hacer que la memoria y la ausencia se puedan tocar, oler,
habitar.
Creo que el lenguaje juega a aproximarse al temblor de lo real. A veces eso significa escribir desde lo fragmentario, desde la respiración entrecortada de quien recuerda o de quien huye. Me interesa una poesía que no embellezca la experiencia, sino que la exponga con su aspereza, que la haga rugosa al tacto.
Observamos un proceso de deconstrucción y reconstrucción en tus versos. ¿Cómo se refleja ese movimiento en tu proceso creativo y en la manera en que abordas la narrativa poética?
Escribir es
un acto de desmontaje y a la vez un acto artesanal. De entrada, intento no
partir de estructuras definidas ni de un hilo narrativo predeterminado, sino de
fragmentos que se resisten a una forma. La mayor parte de las cosas que escribo
se construyen así: con restos, con frases que emergen y luego se deshacen, con
imágenes que mutan en el proceso mismo de escribirlas, entre eso siempre hay
sueños, conversaciones, azares. La narrativa poética me ha hecho dar cuenta de
mi propia dispersión, caótica, mutable. A menudo intento hacer relatos breves y
a la vez miméticos de las cosas que sueño, poco a poco se van adhiriendo en un
dialogo interno para devenir en imagen-palabra.
Ese movimiento de deconstrucción y reconstrucción que dices es también una postura ante el lenguaje. No me interesa la palabra cerrada, segura de sí misma. Prefiero una escritura en tensión, que dude o haga dudar, que se tambalee, que vacile en su propio significado, que haga un eco sobre sus sentidos. En este poemario, los versos se contraen y se expanden, como si el texto busca respirar a su propio ritmo, interrumpiendo la linealidad del discurso. Al final, lo que queda no es un relato cohesivo, sino una serie de pulsaciones.
¿Qué emociones y reflexiones esperas despertar en el lector al adentrarse en el universo de "Animal Baldío", y cómo crees que esta experiencia se relaciona con la búsqueda de autenticidad en la poesía?
Más que emociones concretas, me interesa generar un estado de inmersión, que quien lo lea sienta alguna textura de la voz y la habite como un espacio, con eso me basta. Creo que en última instancia busco la exploración sensorial de la ausencia, la mutación y el cuerpo como espacio liminal. La autenticidad en la poesía, para mí, está en la fidelidad a la propia cadencia, al ritmo que dicta la voz interna.
¿Cuáles son tus proyectos futuros?
Por ahora vuelvo a un lugar donde mi palabra se siente
medianamente más cómoda, a la narrativa. Actualmente
estoy trabajando en una serie de cuentos que dialogan con la nostalgia, la
ritualidad, los sueños, la búsqueda y uso a la ciudad como su escenario
principal.
Es muy capciosa la pregunta. Seguramente me olvidaré de la mitad de lo que quisiera recordar nombrar. Tantas escrituras, poéticas y narrativas que al final todo se va a amalgamando, incluso así hay presencias que ya se han convertido en ecos y salvavidas, entre esas la primera que se me viene a la cabeza es Ágota Kristóf, como se va construyendo una voz desde lo temprano, desde la experiencia directa con el lenguaje hasta que ya se convierte en un sujeto, por un lado, sensible, por el otro tirano.
Últimamente puedo leer más a autoras modernistas, entrever las
encrucijadas de Teresa Wilms Montt o Delmira Agustini. Narrativas de la
vanguardia y ahí las voces son múltiples, Huidobro, Bolaño, Winétt de Rokha y
sus atmósferas variables, volver y revolver a Mundy a Sáenz, a Borda, me
encanta cómo Carmen Mondragón trata a las palabras como un objeto más para
explicarse el mundo. Los cuentos de Juan Emar que cada vez que los leo cobran
otros sentidos por el tratamiento meticuloso de las obsesiones y distancias. Alejandra
Pizarnik por las conversaciones internas. Me han marcado autores que trabajan
la fragmentación, el desprendimiento del sujeto con relación al lugar, en este
sentido Jorge Tellier, uno de los descubrimientos más dulces de estos últimos
años, un Lihn es un yo que no existe. Zweig y la calibración perfecta de las
emociones. Por ahí también trato de no desconectarme de cómo suena lo
contemporáneo, Tatiana Tibuleac que, para mí, narra elegías. La propuesta
onírica de Carterescu que me ha sido imposible quitar de la cabeza cada una de
sus palabas. En este sentido el arte, el cine y la música también son vitales,
Metrópoli, Caligari, Agnes Varda, la brutalidad y psicodelia de Noé, la rareza
de Bonello que lleva directamente a textos de Henry James. La recta provincia y
este viaje místico y metafísico que suele hacer Ruiz. Mucho, quizá demasiado
gore, mucho Brit Marling y Bergman. Mira es interminable como se van tejiendo
las influencias, los contrastes, las fronteras, las reflexiones a las que te
confrontas al leer y ver a otras y otros.
Sí, sí creo podemos hablar de “poesía boliviana”, como una tradición que se va solidificando. Tengo mucha fe en la literatura que se está gestando en jóvenes, sobre todo en el sentido de salir del yo y entrar en una literatura colectivista, que no sondee solo en una misma, sino que tenga la capacidad de armarse, colectivizarse, intervenir en las calles, bajar del pedestal al “poeta” o “escritor/a”, desconocer discursos y no comprar nada a nadie, desconocer incluso a la literatura o lecturas donde quizá mi generación o generaciones anteriores solíamos decir amén. Entre eso admiro mucho lo que hacen colectivos que inmiscuyen sus obras con la escena política en El Alto, La Paz, Sucre, Santa Cruz, Oruro.
¿Por qué publicar en Yerba Mala Cartonera?
Yerba Mala
Cartonera tiene un trabajo editorial comprometido con la poesía independiente y
la autogestión. Me interesa la posibilidad de que el libro circule de manera
más libre, sin los condicionamientos del mercado tradicional. Además, la
materialidad del libro cartonero dialoga con poéticas como esta, una escritura
que se reapropia de los restos y los convierte en un nuevo cuerpo.
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