Reseñas YMC. Acompáñame a desvanecerme, acerca de Crónicas de un desvanecimiento.

 


Por: Max Vino Arcaya

    

El relato Crónicas de un desvanecimiento, de la escritora cubana Maielis González nos invita a leer seis historias, en dosis mínimas, pero potentes, de mundos distópicos, en su mayoría, donde se comparte la muerte del alma y del cuerpo, con finales que parecen tener una puerta oculta que nos hace cómplices de esta creación, que está tan viva en sus letras como agonizando entre sus párrafos.

    La pandemia ocasionada por el COVID-19, sigue latente en nuestra memoria como un recuerdo reciente; aunque hay un puente transcurrido de medio lustro que todavía cuesta creer. Ese virus infame ha sido un motor para la creación de textos, provocó que los escritores carguen tinta hacia esta amenaza para compartir historias como las que presentó González.

    Si estuviera al alcance de los bolsillos, sin duda cada hogar tendría una máquina del tiempo. Lánguido epitafio para los viajeros del tiempo es el cuento que abre esta obra con destreza, coincidiendo con el protagonista en buscar un escape de la rutina a modo de alegoría con las vacaciones hasta descubrir que es imposible apartarnos del avance tecnológico del ahora para vivir desatados en el ayer. La humanidad es un virus en el dónde y en el cuándo.

    El siguiente cuento, titulado Sobrepiel, introduce la visión infantil, inocente, pero profunda a la hora de cuestionar al mundo. La moda de los cortes de cabello ha quedado olvidada en esta realidad por una enfermedad que obliga a los humanos a raparse y colocarse una nueva piel. La desobediencia marca un final precioso.

    En Nombrar las cosas, González da un respiro al lector frente a lo que vendrá más adelante. En este tercer cuento, el encierro, producto de alguna tragedia desconocida, gana fuerza con el poder de la palabra del protagonista, que trata de reconstruir el mundo con un álbum de postales.

    Trance es el más difícil de engullir, pero viene con nostalgia sobre la relación de padres e hijos, en un punto en el cual se marca un distanciamiento, que puede agravarse con la evolución de los aparatos tecnológicos, cuestionando quién vive alejado de la realidad.

    Los niños vuelven a aparecer. No hay maldad en ellos, los adultos han plantado semillas que dormirán hasta que éstos crucen la edad. En Crimen, un niño de 12 años es condenado por un delito que no cometió, en un mundo amenazado por un virus y una justicia vertical, sin rostro, sin dar paso a la presunción de inocencia.

    La carga viral sube con Ni–vivos–ni–muertos. Décadas atrás, podría ser considerado distópico, pero el relato tiene una capa gruesa de realidad, asomándose una crónica, con el uso cuidadoso de la segunda persona, como ocurrió con el penúltimo relato. Un día estás despidiéndote de este mundo mortal, pero al amanecer estabas de nuevo en pie, creyendo que ganaste esta batalla para saber que eras luz y sombra, esperando que pase lo uno o lo otro, pero que suceda ya.

    Crónicas de un desvanecimiento llama a la puerta para una visita breve, pero inolvidable.

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