Reseñas YMC. Quizá no pensaré con nitidez: a partir de Algún lugar incierto de Nadia Prado

 


Por: Francisco Cardemil* 

Una de las primeras cosas que escuché en un taller —como corrección y consejo— fue “no puedes dudar en el poema”. Ya no recuerdo cuál fue el contexto ni cuál era el taller, sé que fue una crítica a algún cambio que sucedía entre dos momentos de un poema que había presentado. “No puedes dudar en un poema”. Cancelar la duda al escribir trataba sobre la imposibilidad de discutir con el yo que construye la escritura, con la mano otra que dicta la imagen y el yo que la discurre y la recibe. Derechamente, algo que exigía una seguridad extrema, la construcción de una voz certera y edificante. Después de esta etapa, de haber incorporado estas estrategias y formas vencido por la insistencia, ahora me resulta complejo evitar corregirme hacia la claridad, eliminar la duda, lo que es opaco. Este problema es algo que me ocupa estos días: ser capaz de volver a la indefinición y al proceso, dar con la disrupción sin que la claridad destruya y fije el lenguaje en lugar de matizarlo.

La primera vez que leí a Nadia Prado fue en 2019. Leí Jaramagos (Lom, 2016) en un viaje en micro. Había olvidado las llaves y pasé el tiempo leyendo, atentamente, algo que no entendía. Podría decir que aún no lo entiendo, pero no importa. Fue una de las experiencias estéticas más punzantes que he tenido con un libro. “no se puede rasgar el pensamiento sin rasgar el sonido/ jaramagos en medio de la nada”. Versos como estos me quedaron grabados, al igual que ese yo opaco y móvil que componía los poemas. La hija, la lectora, la hablante, ¿la poeta? —quizás—, aparecía y desaparecía en el libro. Leía, compartía la escritura con su madre, con su familia, con otras manifestaciones de ella misma. Se escondía detrás del yo que piensa, de la escritura que se piensa y que se desarma, del yo que se desarma, que deja un eco profundo en ese manejo exquisito del ritmo para ideas a veces abstractas, complejas, y que decantan en vívidas imágenes de barro y agua.

Esta sensación rebrotó con la lectura de Algún lugar incierto (2021), antología publicada por Yerba Mala Cartonera hace unos meses y que reúne poemas de cuatro libros de Nadia Prado: Jaramagos (2016), Un origen donde podría sostenerse el curso de las aguas (2010), Job (2006) y ©Copyright (2003; 2019). Es difícil reseñar una antología, sobre todo cuando lo que reúne es una obra como la de Nadia. Tomo el consejo de un amigo: “elige un tema y listo”. Lo intento. No funciona. Tengo la tentación de escribir sobre uno de los versos más conocidos “quien no se debate es un cadáver”. Vuelvo a fallar. Pero hay algo interesante en quedarse un momento en las operaciones más que en los temas. Retrocedo. Leo otra vez. Detrás del yo que escribe, hay una forma móvil de articulación, una aproximación a la escritura que —creo— tiene mucho que ver con las perspectivas que se eligen para abordar una imagen, el ritmo de un poema. En otras palabras, lo que me interesa es el problema de la perspectiva como procedimiento.

La perspectiva, unida a este juego del yo variable, configura un tono opaco, constante y fluido —de alguna manera, elementos de una escritura que se mueve en la indefinición, en abrazar las dudas—. Su articulación a lo largo del libro abre un espacio que permite interrogaciones. ¿Desde dónde habla la hablante? ¿Qué mira, en qué se queda? ¿En qué momento decide entrar a su poema? ¿Cuándo debe callar el yo? Este procedimiento, regulado con la pericia rítmica de la autora, produjo un poema que me detuvo por mucho rato. Es una prosa que me hizo entender y que, a la vez, oscurecía lo que quería decir sobre la antología y sobre Nadia —por esto, no hablaré de nada más—.

Estamos en una escena íntima. Una madre lee a su hijo. Su hijo la interrumpe. Llueve. Aparece el primer conflicto: el niño “dice a su madre que llueve de este lado y no de este otro. La madre le contesta que está lloviendo en todo lugar. El niño tiene razón”. Los olvidamos. Pasamos de inmediato al agua y al viento que intercambian sus agencias. El agua corre por el vidrio, el viento escribe el agua, pero “borra las letras que escribió, piensa que se ha equivocado”. Vuelve la lluvia. Ahora vemos un barco. Reaparece el cristal y el viento hace de la lluvia gusanos contra el vidrio. Luego, son peces, hay cardumen. Amainan y se van al fondo de la ventana. Aquí entra la hablante: “el agua es una cortina entre la lámina y yo”. En este punto notamos todo lo que se ha construido y cómo se ha movido el poema, cómo la perspectiva, el punto de enunciación —o el foco, quizás—, ha cambiado con el flujo de la escritura. Sólo quedan estos versos sobre lo que acaba suceder: “escribo lo que leeré vieja en invierno/[...] quizá no pensaré con nitidez para no dar dificultad a esos ojos”. El yo entra y se desarma a sí mismo, se observa y observa lo que acaba de construir. Pone en duda la definición de los elementos y se detiene.

Vuelvo al taller del principio y a la prohibición de la duda. El contraste que este poema introduce no puede dejar de ser provocador. Reabrir el poema como el espacio del error y del “debatirse”, no puede sino aumentar las fisuras y producir desarmes —desarmar cualquier cosa que tengamos demasiado clara—. La obra de Nadia Prado es hoy una de las más interesantes en Chile, cuya propuesta estética invita a abrirse a otras formas de escritura que no requieren de la seguridad plena, ni pretenden ser asimiladas o comprendidas por lectores universales. Algo relevante para discutir tanto sobre la producción de escritura como sobre sus criterios de edición actuales.



Francisco Cardemil Pérez (Santiago, 1995)
Fue becario de la Fundación Pablo Neruda el 2018. Participó en las publicaciones Topiaria (2019) y Poemas contra la policía (2020) del Colectivo Frank Ocean y publicó Pueblos de tacto (Gramaje, 2021). Obtuvo el primer lugar en el Concurso Nacional de Poesía Juvenil Pablo Neruda el 2013, y en los Juegos Literarios Gabriela Mistral, mención poesía, el 2019.

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