Siga caminando







Por Claudia Michel.

Llueve mucho y estamos en la segunda ola pero saliendo de nuestras casas hay más que eso. Besamos las paredes de las casas donde nacieron nuestros hijos, pateamos las puertas de los bares de donde nos echaron, estamos hechos de todas esas cosas que, mal o bien, diseñan y construyen albañiles y arquitectos, (en ese orden).

No se trata de dar consejos descabellados que vayan en contra de las dichosas medidas de “bioseguridad”, (mentadas hasta el hartazgo), apenas de sugerir que el ojo no precisa ir demasiado lejos para encontrar más, y no de lo mismo.

Esta no es una ciudad turística, aquí no hay flamencos rosados (aunque a veces uno que otro llega a la laguna Alalay). Con un par de caminatas por el centro, uno entiende que la arquitectura es más que esa carrera que estudian quienes dibujan bien pero jamás serán artistas. Es fácil llegar a eso cuando se redescubre algún recoveco de esta ciudad plagada de comercio, lluvia y alcantarillas tapadas.

Un buen punto de partida es la plaza principal, más allá de las palomas y los petardos, los comercios ubicados en las casas antiguas nos dejan profanarlas apenas. Mienta, diga que busca a un abogado, atraviese el zaguán y llegue al primer patio, allí están las gradas sinuosas invitando a subirlas, ignore los carteles de “fotocopias”, recorra los pasillos.

Es importante acodarse en las barandas (use alcohol en spray si es aprensivo) mire desde arriba el patio, suba la vista al marco que las paredes le ponen al cielo, no importa si está nublado.

Si tiene suerte, que a veces hay, entre en una de las oficinas que tiene balcón. Deténgase ahí, mucho, un rato largo. En la plaza principal una de esas casas tiene ahora un café, con tres balcones abiertos a los jacarandás, donde puede verse la plaza desde la perspectiva de las palomas. También parte de las cúpulas de la catedral y del edificio contiguo. Ahí uno entiende que diseñar edificios feos y facilitar planos no pueden ser el único destino de los arquitectos.

Ahora, la ausencia de criterio arquitectónico también tiene su magia, por ejemplo, la sensación de laberinto que da la cancha a las seis de la tarde de un domingo, hora en que todo está recogido (horario pandémico) como si fuera las tres de la mañana. Las cortinas metálicas cerradas una tras otra, hacen de los pasillos el recorrido perfecto de una película de suspenso. Todavía con la luz del día, parecen tuberías que gritan por toda la gente y el tumulto propios de su estado natural, ahora ausente.

Tripadvisor no sabe nada de esto, pero ese es un gran recorrido para entender el silencio, para experimentar la ausencia, solo caminando.

Los viaductos tampoco tienen mucho que dar, ni siquiera al desmedido parque automotor. Hay que pasarlos rápido y solo si es necesario. Apúrese a llegar a otra parte. Si todavía está en el centro, sienta el placer de pasar por las puertas de vaivén de los bares tradicionales, (ya pocos las tienen), coma si quiere, que allí siempre hay comida, pero sobre todo beba. Casi siempre encontrará un patio con la sombra de un parral o pacay. A veces un piano y sobre todo parroquianos.

Sí, el mercado de flores, sí la calle España, solo para recordar que tuvo gloria y ya no. Como todo en la vida. No vaya a lo fácil, El prado, la plaza de las banderas, no. Esfuércese por buscar un bar en un edificio más humilde pero igualmente con patio o mesa a la calle, ignore la lluvia, tómese algo más. Siga caminando, mire a las montañas, olvide las construcciones más allá de la cota 2750, de eso se ocuparán los arquitectos. Concéntrese en la piel verde que da la lluvia a las montañas.

Siga caminando.

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