Anjani, la Medea andina que sigue su paso
Anjani de César
Antezana propone una ciudad íntima donde los cuadros internos conectan con una
arquitectura del deseo, de la idea del amor, pero también del espacio. Anjani es una heterotopía, es decir un
contra espacio donde la subjetividad se cuela siempre detallando un vértice
íntimo, donde el detalle es la obscenidad diría Braudillard. El mismo texto
revela ese antojo de la burguesía que la voz poética quiere despreciar.
La
voz poética es un fantasma, es un espectro que mantiene la cotidianeidad como
tensión amorosa, pero que sobrepasa esa tensión. A ratos vuelve el espacio del
encierro en, El cuarto de Giovanni de
James Baldwin, encierro de un fragmento amoroso ligado no solo a cierta cita
posible del devenir sexual encerrado en mingitorios, el texto propone un viaje,
es un recorrido por los cronotopos del amor, donde el tiempo siempre es un
recorrido, se recorre el vacío, se recorre la cita del paisaje, la cita del
autor, todo tejido como una especie de lamento de una Medea andina, que ve el
lugar, reconoce la huella del deseo o del horror al vacío “me siento más
extraviada que nunca en la espesura del continente”.
Anjani nos enfrenta al
discurso amoroso de lo imposible, el “tu” como imperativo, el “tu” como cadena
que no se rompe ni en la juventud tísica ni en la espectralidad de la muerte. A
modo de un Réquiem andino, el texto explora la auto-ironía de la ciudad letrada
recayendo de lo público letrado a lo microscopio cotidiano de las mariposas
nocturnas. Y la ciudad como una proyección del cuarto íntimo se extiende
abarrotando el espacio de esa habitación donde los escombros de lo siniestro
forjan un paisaje. “Las ciudades del altiplano nos habitaron con sus entrañas
de piel gastada hacia adentro y nos desviaron de las razonables promesas de tus
libros”. La ciudad en diálogo con la letra, con la escritura como huella de un
crimen que permanece en el viaje.
Anjani no da tregua,
propone en su lengua interna una lengua extranjera, como posibilidad de fundar
una genealogía que se define por el espacio íntimo anclado en lo público,
tironeado por el deseo de cita, de conjugación de un mundo que se va o fue
divisado en algún momento. Anjani nos
propone ver ese cuerpo como una pena de extrañamiento que anuncia el horror al
vacío o la huella del abandono. La hinchazón de ese cuerpo, como topografía que
reclama el momento para dejarlo, para dejarlo ir sin más.
Arrastramos la ceniza de las huellas de los conquistadores
y jugamos a escondernos en los meandros de la puna,
a confundirlos con un canto que nunca hayan escuchado antes
y que sin embargo reconozcan con terror
Esperamos el paso del tiempo que no les perdonará habernos
estrellado contra las piedras del Bósforo, que los señalará con
gestos de orbe desacomodado
tentando la burla en cada trazo maniqueo de sus cartógrafos y
sus silabarios, de sus preceptivas literarias
en itálicas deslucidas
Destruimos sus palacios y nos guardamos solo un poco
para las dos
disfrutamos con la avidez más hermosa del mundo un pasaje en
griego antiguo, aunque nadie sepa hablar una mierda de griego
antiguo entre nosotras
nos abandonamos al silencio de las catedrales que ofician la
llegada de diez siglos de carrera hacia ninguna parte
Hacia nosotras
Mientes cuando dices que has muerto
un vecino te vio ayer comprando algo de pan,
rezongando por el precio de las afeitadoras y los mentolados
tratando de sonreír a pesar del barro en tus zapatos
Mis manos entorpecen el desmontar de los metales
no puedo con los cordeles de los estantes
con sus sonidos estilográficos, casi elocuentes
Y los árboles frutales me observan de pie
tristes, inmóviles, exiguos
No puedo cambiar de paisaje y esta simple certeza
me humedece los ojos
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