Hablemos de nuestros vacíos, sobre Ferro de Roberto Oropeza


Por: Ali Céspedes Cáceres


Hablemos de los agujeros que nos dejan las pérdidas, las desazones del tiempo o las caídas que experimentamos al transitar por la vida. Usualmente nos rehusamos a verlos y buscamos refugio, pero no podemos negar su existencia. Personalmente, creo que la poesía y la literatura en general son los medios idóneos para tratar de volver visibles estos vacíos que nos atormentan. Pues nos permiten pensarlos desde otro ángulo, reexaminarlos, y lo que es más vital, expresarlos. Tuve el agrado de encontrarme con que esos huecos tomaban forma de poemas en “Ferro” de Oropeza. Roberto Oropeza (Cochabamba, 1986) obtuvo el primer lugar en el Premio Joven de Poesía de 2016 con “Ferro”. Este, su segundo poemario, surgió influenciado tras la muerte su padre. “Ferro” fue publicado por la editorial Yerba Mala Cartonera donde actualmente Oropeza trabaja de editor.

“Ferro” es un viaje compuesto por poemas cortos separados en tres partes, aunque algunas de estas no están explícitamente identificadas. La primera parte del poemario está marcada por la pérdida y la ausencia. Comienza con el ambiente de una estación de trenes abandonada. Hay, entre sus temas, un vacío que no se apacigua, una relación estrecha con la cotidianidad y un conflicto con la distancia en la familia. Termina con una especie de recuerdo de libertad de algún verano de la infancia. La segunda parte se expone como “La vida es ruido”. Esta comienza en Viacha y se centra en los recuerdos, la negación, la fragilidad de la memoria y la muerte. La ausencia persiste, pero esta vez parece desprender la inocencia de la infancia, en lugar de mantenerla como recuerdo. Finamente, la tercera parte: “Hay ocasiones en las que se desea ser una serpiente para devorar al sol” es la más dispersa y larga. Los temas que están presentes se relacionan al no saber adónde ir, a las falsas ilusiones, a críticas a uno mismo, a pérdidas, a quedarse estancado, a algunas relaciones entre vida y muerte, a las negaciones, etc. Casi al finalizar, vuelve a aparecer el espacio de un andén y luego, el poemario concluye con un verso apartado.

Este poemario está formado de fragmentos de recuerdos de un pasado borroneado que intenta emprender un viaje al lado de la muerte en torno a la pérdida. El resultado de esta muerte es una ausencia penetrante que en “Ferro” comprende uno de los temas más recurrentes. Así, se remite al padre sin mencionarlo explícitamente en los poemas. Incluye algunos recuerdos personales y un posible proceso de duelo con los demás fragmentos. Además, el poemario trata de diversos vacíos como la incertidumbre, la nostalgia, las falsas ilusiones, la fragilidad de memoria, lo doloroso de los recuerdos, la negación, las distancias familiares generadas por la pérdida… Pero, también remite a la seguridad de la infancia, la nostalgia por el pasado y la cotidianidad. Aborda el sentimiento de descubrir que estás perdido y sin saber adónde ir o qué camino tomar en la vida que plantea como un viaje de aprender a vivir para morir: (…) todavía no nos damos cuenta / de que esto no se trata de herirse, / sino de decir adiós de la mejor forma.

En algunos poemas de “Ferro” se presenta otra voz en cursiva. Esta voz podría ser el resultado de un desdoblamiento del yo poético o una segunda voz que interpela a la voz poética, a veces le motiva e incluso regaña o sugiere. Parece estar unida a  la voz poética principal, pero al mismo tiempo sostiene una vista más detenida y apartada. Roberto Oropeza utiliza un lenguaje cotidiano en los poemas de “Ferro”. Sin embargo, emplea metáforas, comparaciones y en algunos momentos algo de ironía o ligeras alegorías. Así, este lenguaje construye imágenes poéticas vívidas que a veces son descriptivas o proponen acciones cotidianas como tomar una taza de té, ver un partido de fútbol por la televisión, jugar un juego de mesa o darle de comer al gato. Oropeza apuesta con su lenguaje sencillo, pero lo aprovecha para trasmitir cotidianidad y crear o cuestionar conceptos por medio de sus metáforas: “Nada saldrá mal”, repetías/ y te sentaste en un reloj de metal/mirando a la gente que se trepaba a tus horas/ adelantando el tiempo para que volvieras a casa.

El poemario de Oropeza destaca por ser un ejemplo de cómo la poesía no debe tener una retórica compleja como requisito para considerarse poesía. Además, que hurga en los agujeros de la muerte, la pérdida y la desesperanza sin caer en lo melodramático. Al contrario, parte de un punto común y cotidiano como una estación de tren abandonada, o el verano de una infancia segura que quedó en el ayer. Por todo esto creo que “Ferro” de Roberto Oropeza merece ser leído y escudriñado con la curiosidad de un niño que quiere descubrir una forma más de encarar sus propios huecos.


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