Síndrome de resignación (Vol. 5)
Este contenido ha sido elaborado por niños albinos-filipinos escapados del sótano de una fábrica de jeans.
Índice
-Lo que Varguitas quiso decir
-Panorama Editorial Boliviano o cómo emprender perdiendo
-Tendencías: La gente va a acabar suicidándose
-Ni en pintura: Medicina de Gustav Klimt
-Tips: Vengarse es una opción.
Lo que Varguitas quiso decir
El Coronavirus parece haber llegado a los lugares más recónditos. Tu celular, el teclado de tu compu, tu almohada, tu inconsciente. Ningún lugar se libra, el virus está en todos lados. Nunca antes un solo tema había sido visto desde tantas facetas, el periodismo está que ya no sabe qué más inventar —porque después de los conciertos en redes (que nadie ve, sobre todo si son de “músicos” bolivianos) y de las estrellas deportivas haciendo challenge con papel higiénico— se quedan sin material. Entonces lo único que les queda es stalkear a los famosos y ni bien publiquen cualquier frase, columna, etc. por muy idiota que sea deben estar listos para poner en marcha su “ingenio” periodístico.
Analicemos por ejemplo la “noticia” publicada recientemente donde Vargas Llosa habla de sus años cochabambinos. En realidad es una columna donde habla de cómo lee diez horas al día ahora que es viejo y no puede salir por el miedo al coronavirus.
Y como un dato extra, accesorio, habla de Cochabamba, pero no hay en esta columna ninguna "noticia" sobre dicha ciudad, excepto que el nombre salió del teclado de mentado escritor.
A continuación hagamos un ejercicio, tal cual lo hizo el periodista que pensó que esta podía ser una noticia publicable. Para eso tomaremos tres frases, que bien sacudidas pueden dar múltiples versiones de lo que dijo Vargas Llosa.
Frases tomadas de la columna de Vargas Llosa:
1.-“Ese mundo pequeñito de Cochabamba”.
2.-“Recuerdo con exactitud las diez cuadras que había entre la casa de los Llosa, en la calle de Ladislao Cabrera, y el colegio de La Salle”.
3.- “Al más querido... lo matarían de una puñalada, años después, en una picantería de Cala-Cala”.
4.- “El Hermano Justiniano era un ángel caído en la tierra... Nos tomaba de la mano y con él cantábamos y bailábamos”.
Opción 1.Vargas Llosa destapa un asesinato ocurrido en su juventud
“Recuerdo con exactitud las diez cuadras, ese mundo pequeñito de Cochabamba, allí, lo matarían de una puñalada, años después, en una picantería de Cala-Cala”
Opción 2 Vargas Llosa saca a la luz un caso de pederastía
“Ese mundo pequeñito de Cochabamba ...El Hermano Justiniano… Nos tomaba de la mano y con él cantábamos y bailábamos. Recuerdo con exactitud las diez cuadras que había entre la casa de los Llosa, en la calle de Ladislao Cabrera, y el colegio de La Salle. ..Al más querido lo matarían, años después, en una picantería de Cala-Cala”.
Opción 3. Vargas Llosa confiesa haber sufrido esquizofrenia en su niñez confundiendo a sus maestro de primaria con una borracho corriente
“El Hermano Justiniano era un ángel caído en la tierra, lo matarían, años después, en una picantería de Cala-Cala”.
Las opciones pueden multiplicarse y crecer, si bien es cierto que el escritor tiene su historia respecto de decir mentiras (pregunte a Doña Julia Urquidi para más detalles) no hay que dejar “volar” tanto la imaginación. Cochabamba como cualquier otra ciudad no es mejor porque un escritor la nombre en una columna, sigue habiendo motoqueros, un río Rocha pestilente y periodistas poco creativos.
Panorama Editorial Boliviano, una triste historia.
Sí queridos lectores, vamos a hablar de cosas tristes. Si por cualquier motivo usted se acercó a los libros en su vida —castigo paternal, biblioteca del colegio como único refugio, noviecita adolescente que leía— y cayó en la trampa de la lectura voraz y el posterior afán de interesarse en la producción de literatura nacional, sabrá que esta es una triste historia, tan triste como quedar mención de honor en premio literario.
Sí, las editoriales son pocas y las hay de algunos tipos fáciles de definir:
Están las que son clanes familiares, hermanos, primos y otros parientes juntos, con sus propias reglas y pajas familiares, muy difíciles de acceder pero con frecuencia rimbombantes en sus publicaciones, lo importante aquí es aparecer en páginas de sociales, aunque luego los libros queden en cajas muy bien guardadas. Su capital en metálico es igual al de las demás editoriales, esto es: casi cero, pero su capital social es infinito.
Por otra parte están las “independientes” (como si hubiera alguna dependiente en Bolivia), éstas hacen un esfuerzo por publicar cosas interesantes, sus libros son pasables pero deben sacar “hits” cada tanto para sobrevivir, por eso no buscan autores, sino que los autores los encuentran, desesperados como andan los escritores nuevos por ese saltito infame al mundo literario. La estrategia de sostenibilidad de estas editoriales se basa en “agarrar” concursos, como agarran los ingenieros civiles obras municipales que les dan dolores de cabeza, pero mal que bien pagan el alquiler, la luz y el agua.
Dentro de las independientes existe un subtipo que podríamos llamar las editoriales “regionalistas” afincadas en lugares específicos, ciudades concretas aunque sus operaciones estén en la ciudad vecina. Y antes siquiera de decirte qué es lo que hacen, te dicen de dónde vienen. Seguramente es una estrategia para establecer límites. “Hola, vengo de…….” rellene la línea punteada.
En esta fauna encontramos también las editoriales artesanales, estas son puro corazón, surgen como los hongos hechas de cartón, papel craft y grapas. Aparecen en ferias y a veces organizan eventos interesantes, pero son amables (a veces) y aún el escritor más independiente puede esperar un mail de respuesta. Cosa impensable en todas las demás categorías de editoriales. Y claro, aceptan propuestas de niños filipinos, venden libros en carritos de sandwich, o en el piso, primorosamente acomodados en una hermosa tela multicolor.
No hay mucho más que decir sobre esta triste historia. La buena noticia es que uno siempre puede recurrir al punk y armarse su propia editorial (guiño, guiño).
Tendencias: La gente va a acabar suicidándose: Sí
Ni en pintura: Medicina de Gustav Klimt
Estamos en Viena, en algún año de la década de los 90’s pero del siglo XIX. Es una noche triunfal para Gustav Klimt, se le han encargado tres cuadros para engalanar el techo de la facultad de medicina y para tal efecto se ha decidido organizar una exposición que sirva como previa. Hay mucha gente, la expectativa es grande. Y es que Klimt se ha ganado la mala fama de representar en sus pinturas lo profano e indecente. Los rumores de censura no se han dejado esperar, hay murmullos por todos los pasillos.
A la hora prevista la exposición abre sus puertas y las tres obras son presentadas al público, entre ellas una, la que titula Medicina; las voces cesan por un instante, ese donde todo parece tener sentido y la respuesta a todas las preguntas de la humanidad parecen haber hallado su respuesta. Un breve lapso de tiempo en el universo donde el iris de los presentes se abre para captar todo lo que esa pintura puede ofrecer. Luego la debacle. “¡Horrible!” “¡Sacrílego!” son los gritos que salen de la multitud. No hay nada que hacer, la censura es total. Las obras nunca llegarán al techo de la facultad de medicina.
Como una suerte de maldición, Medicina nunca encontrará un lugar en este mundo. Después de haber devuelto el dinero adelantado por las obras, Klimt regala o vende la pintura a un viejo amigo y decide nunca más realizar trabajos por encargo. Continuará pintando hasta el fin de sus días en mil novecientos dieciocho, aún le esperaban temporadas de gloria y vino.
No ocurre lo mismo con Medicina. El amigo de Klimt es judío y la segunda guerra mundial ha estallado, los alemanes llegan a Austria más fácil que dos más dos. Todos los bienes de sus prisioneros son confiscados —entre ellos la pintura en cuestión— que permanecerá amontonada junto a otras, además de objetos de valor en el castillo de Immendorf al sur de Austria.
En un suceso jamás esclarecido, el castillo arderá en llamas borrándose el rastro de Medicina para siempre. La leyenda arguye que fueron las SS que en su retirada decidieron destruir todo para que los tesoros no caigan en manos enemigas.
La pintura ha desaparecido. No hay cura. Solo quedan fotografías en blanco y negro —que los nazis tuvieron el buen tino de tomarlas— por lo menos eso. Gracias a los cuadernos del pintor, bocetos e información de la época se tiene información sobre los colores. No es lo mismo. No es igual.
Hygeia es la figura principal del cuadro —diosa de la salud e higiene—, tiene una serpiente que se enrosca en su brazo y bebe de la vasija que sostiene, símbolo del antídoto para todos los males. En una actitud hierática e indiferente, ella da la espalda a la humanidad, donde cuerpos desnudos y llenos de éxtasis, confluyen en una orgía con la muerte y la enfermedad; ajenos a su destino o por lo menos incapaces de hacer algo para torcer su suerte.
No hay Medicina. No hay cura.
Cuando acabe esta cuarentena, salga a las calles en pijama o en bolas. No importa. Asegúrese de llevar una espada y —como en Kill Bill— confeccione una lista enumerando a los enemigos que quiere mandar a la otra vida:
-Al cantorcito de verde olivo que da vueltas todas las noches cantando Resistiré
-Al señor de la sotana que lanza agua bendita
-Al tipo de los bigotes que sale todas las noches a cantar números de bingo, diré de infectados y fallecidos
-A Stacy Malibú
-A ese señor que quiere limpiar sus pecados escribiendo idioteces en las ordenanzas municipales
-A esa señora de apellido raro que trabaja en migraciones
-A los delfines de Venecia
-A los pandas que se aparean en el zoológico
-A todos los influencers
-A todos los de tik tok
-A los que han escrito/leído 4 tesis, 7 novelas, 3 poemarios y 2 cómics
-A todos los que pidieron que calle 7 se cierre
-A todos los que veían calle 7
-A los conductores de informativos, tanto los de la mañana como los de la noche
-A Fito Paez
-A Pedro Aznar por intentar boicotear con su bajo, todos los discos de Serú Girán
-A todos los hippies
-Al vocalista de Matamba (solo porque sí)
Paz, empatía y solidaridad.
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