“Vos te quedas en la llamada entre cables y ruiditos”: sobre “Universo 127” de Lucía Carvalho
Por Catherina Campillay
Es difícil distinguir hoy el
límite entre nuestra experiencia y el lugar que tienen las tecnologías en ella.
Es en ese lugar que “Universo 127”, segundo libro de la poeta boliviana Lucía
Carvalho (Santa Cruz de la Sierra, 1993), se propone construir un cuerpo que
está siempre moviéndose dentro y fuera de la virtualidad. Así, los poemas hacen
confluir el lenguaje de la tecnología contemporánea, las voces de la memoria
personal y la apelación a un otro que es visto a través de las múltiples
pantallas —físicas y simbólicas— que nos separan.
Desde el principio del libro,
Carvalho articula una voz que se mimetiza en su relación con la tecnología. El
espacio en que habita se ve infectado, como también se infectan los
computadores con virus: “increíble que la computadora también se enferma/dice
la abuela”. Pero estas enfermedades—que afectan la memoria personal, su
registro en la web, la noción del yo de la voz que las padece— logran armar y
desarmar un cuerpo, reinventarlo. En “Insertar foto”, por ejemplo, se lee: “Nací
enredada/con las caderas atrofiadas/con los huesos chiquitos”. Los mismos
huesos de los que luego, en “Baño maría”, dice que no son fuertes, que la
traicionan. Un cuerpo que no alcanza.
Uno de los giros en la lectura
del libro es aquel: desde la relación con la virtualidad, desemboca en una
conciencia corporal fragmentada, que luego llega a una reflexión feminista
sobre el cuerpo en las coordenadas sociales actuales. En “Territorio”, se pasa
de ese cuerpo que “es un refrigerador/que guarda partes/tripas/entrañas” a que
en ese “todos no estamos todas”, donde lo que falta es
“Mi/derecho/en/este/cuerpo”. Esto luego se encadena con la voz de “¿Llegaste
bien?”, en que la repetición constante del título replica el eco de una
pregunta simbólicamente cargada cuando se extrae de la experiencia de las
mujeres.
La experiencia del cuerpo es
vuelta voz en “Ego death”: “Mis ojos se duplican./Sobre la pared./¿Son mis
ojos?” Esta visión frágil que tiene de sí misma se dispersa y vuelve a tener
sentido en la interrupción de la comunicación con un otro. Los cablecitos, los
pixeles interrumpen el diálogo, la posibilidad de encontrar un piso común con
aquel. Pero, a la vez, es la única forma de entender esa relación. Las
plataformas virtuales que moldean nuestras relaciones interpersonales hoy en
día pierden su transparencia, su distancia, al ser manchadas con la necesidad
de la voz de lograr llegar al otro a través de ellas. Incluso la memoria
personal pasa por los recuerdos que generan los algoritmos y que vuelven cada año
a menos de que sean eliminados, como la voz decide al final del libro: elimina
los recuerdos de las redes sociales y eso es análogo a olvidar. La memoria
aparece extendida, dispersada en poemas como “Polvo y purpurina” y “Paraste de
contar”, donde el pasado (que en uno de los dos poemas visuales aparece como
“PASS/HADO”), está mediado por las cosas que la rodean y nunca terminan por
generar un relato. Su fragmentación es parte del flujo de las imágenes, que
limpias y en un tono que muchas veces coquetea con lo oral, pasan como pasan
las imágenes en las redes.
El libro encuentra en esa
dispersión una forma de entender el mundo y los afectos, interrumpidos por la
estática, truncados por comando computacionales, aplicaciones que pueden
activarse o desactivarse. El universo que construye es uno en el que los
cuestionamientos sobre la subjetividad están siempre mediados, pasados por
afectos que sólo pueden tomar forma a través de los medios digitales que los
esculpen. La voz dice que quería escribir una novela, un e-mail. Pero los
poemas son los que aparecen, se reinician, cambian las vocales por números,
apretan “enter”, se exponen ante la mirada de personas anónimas detrás de
pantallas. Y entre ellos, un cuerpo que busca servir para algo, recomponerse
con los trozos que van dejando los pixeles y bits.
PLAZAS Y PLAZUELAS
Una banca en la plaza
sin sombras
sin descanso
Aquí no quedan árboles,
quedan faroles rotos y basureros vacíos
Este momento virtual que tengo en mi cabeza
es interrumpido.
Corte
y reinicio.
Vos, con tus piernas abiertas
ocupando el 70 por ciento de la banca.
Vos,
ocupando el 80 por ciento del oxígeno
el 100 por ciento de la sombra
y del descanso.
Yo hablando
conmigo misma
pero en voz alta.
Mirándome en el espejo amarillo de tus gafas,
ocupando el 20 por ciento de tu mirada.
Ya no se entiende
se enredan las palabras.
Se enredan y se caen
y las pisas.
Vos y yo, cero por ciento.
Yo solo busco sombra.
CABLES Y RUIDITOS
Esos días parecen horas
las horas parecen minutos.
Interrumpidos
por cristales.
Ese día parece una imagen.
Interrumpida
por la estática.
Interrumpida
por píxeles.
Todos los días parecen mensajes.
Interrumpidos
por caritas formadas con signos de
puntuación.
Anunciadas por vibración.
Y el presente parece un viaje en micro.
Interrumpido
por huecos en el camino
por vidrios que atraviesan las llantas.
Y nosotros parecemos un llamada telefónica.
Interrumpida
por un mensaje de voz
por un corte eléctrico.
Esos días se queman lento
y las horas se purifican.
Esas horas se desintegran
yo me quedo mirando el fuego,
vos te quedas en la llamada
entre cables y ruiditos.
TERRITORIO
Este no es un cuerpo
es un nido
hecho con ramitas
hojas
gusanos,
saliva.
Y esta no es vida
es un papel
juego de rol
si tiro los dados.
¿A dónde voy?
¿Decido yo?
Este no es un cuerpo
es un refrigerador
que guarda partes
tripas
entrañas
envasadas al vacío
y solo se leen fechas de
expiración
información nutricional
engañosa.
Instrucciones que nadie lee nunca
pero que todos las conocen
y en ese todos no estamos todas
porque sin importar las olas que vinieron
y las olas que vendrán.
Falta una pieza.
Mi derecho
en
este
cuerpo.
Catherina Campillay (Viña del Mar, Chile, 1994) Licenciada en Artes mención Teoría e Historia del Arte. Ha publicado los fanzines Objetos descontinuados, y Horario de visita. Ha sido becaria de la Fundación Neruda y del Fondo del Libro del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. El año 2018, obtiene mención en el Premio Roberto Bolaño, categoría poesía.
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