Yakuza o la divergencia del telépata
Por Pablo César Espinoza
Desde consolas de videojuegos, pasando por mangas y el boom cinematográfico
asiático, los yakuza han marcado el estigma de la violencia, venganza y el
poderío de las más grandes familias de mafiosos. Una primera lectura del
poemario “Yakuza” de Francisco Ide nos sumerge en esta atmósfera junto a
diferentes intertextualidades, teniendo como protagonista el
auto-descubrimiento en el otro; en un amorío nostálgico, irreparable y
deteriorado que establece el personaje principal
(la voz del poemario) a su amor, quien sí tiene nombre y apellido (Yasunara Satori).
“Bajo la sombra lila del jacarandá
contemplo la única foto tuya que conservo/
y te lanzo shurikens con la mirada//
los lanzo levemente desviados/con la secreta esperanza de que sientas/
el metal frio y afilado de una estrella/rozándote la frente.” de Jacarandá.
“Pienso que eres una bolsa de té/ con la que intento, en vano, teñir el mar” en “Formas de borrar una identidad”. A medida que se va
desarrollando el poemario, se nos
devela que termina siendo en realidad un entrenamiento para ser yakuza, el personaje recorre su camino para
conocerse e identificarse como un asesino. “En
la pantalla de tus ojos se ve el mar./Un cuerpo avanza entre las olas, con
naturalidad/como entre los pasillos de un supermercado; la Muerte/veloz entre
las olas, llega a la orilla y va a mi encuentro. (…) En la pantalla de tus ojos la Muerte era
más bella que tú./ Sí creí ver tu mirada un segundo/ entre el incienso de las
fritangas/fue porque quería ver en tus ojos los otros ojos.” De Vapores.
El motor de la furia del Yakuza llega a ser la aparente
muerte de Yasunara al igual que el resto de su familia, hecho que atraviesa la determinación del personaje para adiestrarse dentro las esferas sangrientas más
extremas. “Mi cuerpo es un acuario
hirviendo/ es una habitación incendiada” – de “bonzo” “Crece maleza sobre las
canaletas de la pensión/el sol vuelve amarillos tus ojos negros en la hierba” –
de “oro negro”.“En la fuga el cerebro opera bajo el efecto de una droga./el
vehículo gira sobre su eje como el percutor de un revolver/ en sesión de ruleta
rusa y espiritismo./trozos de vidrio orbitan satelitales/ dardos de hierro que
la piel inmanta/la cabeza incrustrada al parabrisas/siete hachazos de
metralla/lluvia de corales sobre tu cuerpo.” De “la venus de velazquez”. Nuestro
yakuza es un vengador caracterizado por vivir profundamente su realidad dentro
las marcas (como los tatuajes) que guarda en su interior y que identifica en la
sociedad al igual que en la de su entorno, marcas que llegan a perseguirlo dentro
las diferentes aristas o textos del poemario; pero en realidad se trata de dos yakuzas los que encontramos
en el trabajo de Francisco, el segundo es el yakuza escritor que en algunos de
sus textos y dentro las cartas demuestra el conflicto que conlleva imaginar y
cultivar tal escenario sin la experiencia vivencial de la misma.
“Tras ellas el mar es
un sistema/que observo con actitud de ajedrecista/soy una ciudad poblada de
imágenes inmóviles/y violentas” – de “discurso autocompasivo en la orilla de la
playa”
“Brazo blanco emerge de la penumbra del auto a la penumbra/de la calle
silenciosa como un ilusionista que saca de su bolsa/ el cuello de una garza
decapitada. (…) Vigilar es añadir a tu soledad la presencia de fantasmas/voces
de niños que rien lejanos cerca del mar/no sabemos si desde la orilla o desde
el fondo/si atrapados en las corrientes o entre la niebla” extraidode “remar la
mirada”.
El poemario en general se debate en ese conflicto del autor,
o mejor dicho, del yakuza escritor y el yakuza asesino, roles que se
intercambian y encuentran a medida que el autor se enfrenta a una hoja en blanco
tan tiesa y fría como la de una katana, observamos así una mudanza
fracturada desde Asia a Sudamérica, que demuestra ser la misma entre el
imaginario y la realidad, hecho que categoriza este trabajo dentro la ficción. “Como un oso panda hipnotizado/en la ingesta
interminable del bambú/mis dedos mutilados se consuelan” –de “inmigrante”. “Mis venas son una barricada reducida/una
micro incendiada la tarde entera (…) soy un pulpo estrellado contra las
rocas/silueta de hombre/petroglifo que adorna/la pared de una casa en
Hiroshima: después del hongo/nuclear miramos con sospecha el futuro en nuestra
sombra/mi sombra, en la arena, tiene la forma de un cuerpo que flota/con
cuarenta puñaladas, en un charco, devorado/por los cerdos.” – de “Una historia
violenta”.
El desenlace del poemario muestra con claridad el encuentro
de la dualidad del autor, con una aclaración o epílogo sobre los motivos que
lo llevaron a construir el poemario y la susceptibilidad que llego a enraizar
en él, reflejado éste último con claridad en el poema con el que finaliza el libro, un
libro cargado de hermosas imágenes como cuando dice“El sol de la mañana
arde en el reverso de mis párpados” – de “Seppuku (última carta)”
Esta es la verdadera experiencia del autor dentro y con su
poemario, una auto-persecución y vigilancia continua de su trabajo y su
vivencia; un observador siendo observado (mejor reflejado en el poema
“Telépatas”), demostrando una unidad en el
poemario similar a la de un martillo meteoro oscilando sobre las manos de Gogo
Yubari. Esa es la redondez que propone, una unidad potente para cortar y
entrecortar átomos, rellenar un vacío con otros, llenos de inciensos, paredes de
bambu, linchacos, tatuajes y carne asada para que -al terminar la
ficción- vuelva a su familia verdadera que seguramente lo espera en su living-comedor con el desayuno y los cereales sobre la mesa, frente al cuadro de la Venus de Velasquez que, al igual que su uso dentro el poemario, resulta
innecesario mas este hecho no termina restándole nada a semejante trabajo, que
como editorial tenemos el gusto de publicar.
Una historia violenta
Camino por esta playa
desolada
la guayabera abierta, la guata al aire
arrastro tigres, serpientes destripadas
y samuráis sin cabeza por la orilla
loskoi saltan de mis hombros
y
se ahogan en la arena
los dragones de mis brazos
ahora gusanos descoloridos
columnas de humo con olor a
neumático quemado
les salen por la boca y por el culo
mis venas son una barricada
reducida
una micro incendiada la tarde entera
en mi camisa hawaiana las palmeras
marchitas
los tucanes desafinados las mujeres
polinésicas
con quemaduras de cigarro en piernas y mejillas
llegué a esta caleta con la
ropa y la piel poblada
mírame ahora, un despojo, un despoblado
me salen tentáculos tajeados
de la piel
que era una estepa, a mi paso dejo lastres de tinta
soy un pulpo estrellado
contra las rocas
silueta de hombre / petroglifo que adorna
la pared de una casa en
Hiroshima:
después del hongo nuclear
miramos con sospecha el futuro en nuestra sombra
mi sombra, en la arena, tiene
la forma de un cuerpo que flota
con cuarenta puñaladas, en un charco, devorado
por los cerdos.
bonzo
“Es
sábado y nada arde en mi templo de la muerte”
Sobre mis hombros
pesan inmóviles
dos koi negros.
Mi cuerpo es un acuario
hirviendo
en una habitación incendiada.
Las llamas, querida mía
no arderán diminutas
en tus ojos
porque estás lejos.
Un gesto inútil, dirán
pero me ofrezco de todas formas
en caso de que un día te aproximes
hambrienta: podrás
comer sobre mis hombros
beber la tinta
de mis tatuajes derretidos.
Segunda carta
Aprovechando el
desplazamiento y la velocidad
sacábamos la lengua por la ventana y comparábamos
los sabores de la noche tu aliento a sake barato
inédito como vapor de agua recolectado en los ríos secos
que dicen hay en la luna
los caballos cáscaras vacías cuya mirada terrible
era el vínculo entre un mundo y otro vino
pasado por tu boca
una exageración de jardines repletos de lavanda
ventanas de buses que acentúan las ojeras y tu boca
pronuncia atajos, claves sobre lo que escribo
cuando escribo que duermes miro el paisaje
y tapo con el cuaderno la luz de la estación de policía.
Vapores
“Cuando
siempre tienes miedo / llegas a desear la muerte”
Sonatine(TakeshiKitano)
Entre los carros de frituras
aparecieron tus ojos de ave
extranjera y los vapores de la fritanga simularon
el aroma y la espesura del incienso.
En la pantalla de tus ojos se
ve el mar.
Un cuerpo avanza entre las olas, con naturalidad
como entre los pasillos de un supermercado: la Muerte
veloz entre las olas, llega a la orilla y va a mi encuentro.
Viste bikini diminuto, huele a sexo y a bronceador de coco.
Me rodea como enredadera con sus piernas blancas de mulata
la penetro como quien hunde sus manos en la arena.
En la pantalla de tus ojos la
Muerte era más bella que tú.
Si creí ver tu mirada un segundo entre el incienso de las fritangas
fue porque quería ver en tus ojos los otros ojos.
(por ti
me lanzaría al mar serrucho en mano
a cortar el cuerno de los narvales
y asestarle a la muerte)
Telépatas
No sé cuántos yenes pedían
por mi cabeza
por el contenido de mi cabeza.
En ocasiones, sobre el techo
o la ventana semicerrada
de algún edificio
veo todavía el reflejo de una estrella diurna:
catalejos, binoculares, cámaras.
Voy por la calle como
hinduista
con el láser rojo del francotirador entre las cejas.
Cuando apuntan directo a la
cabeza
no lo hacen a un sector específico del cráneo
quieren darle a un pensamiento: el francotirador es un telépata.
No sirve ocultar tu cuerpo,
van a encontrar tu cuerpo.
La clandestinidad se trata de vibrar lejano
rastrear un pensamiento / borrar las huellas sinápticas
que lo generaron / dibujar rutas en el agua.
Nunca entendiste eso
o no tuve tiempo de explicarte.
Lo cierto es que jamás te asesinaron.
La primera bala que se incrustó, quirúrgica, efectiva
en tu cerebro, era para mí. Le apuntaron a la imagen
que tenías de mí en tu cabeza.
No has muerto.
Si abro el agujero repleto de cal en que te enterraron
no vas a estar.
Si abro la caja en que te metieron hecha pedazos
no vas a estar.
Si rajo el estómago de los peces
que te devoraron en el fondo marino
no vas a estar.
No vas a estar incrustada en
las muelas de los cerdos.
No estarás tampoco en el puñado de cenizas
que dejaron en la puerta de mi casa
como una especie de advertencia.
Yo barrí con mis pies un
puñado de cenizas
y tú no estabas.
De cómo los yakuza me juraron lealtad eterna
Me citan en el restaurante
vietnamita
de Av. Salvador 1827.
En la parte trasera, de fumadores
espera un hombre de gafas oscuras y traje a rayas
casi camuflado con las paredes de bambú.
Desliza una maleta de cocodrilo
bajo el mantel damasco de la mesa y
solicita que me retire.
Me citan en el restaurante vietnamita
de Av. Salvador 1827
y en la mesa señalada
un hombre de gafas oscuras y traje a rayas espera
camuflado con la pared de bambú.
Me siento ante él
desliza un papel en blanco
sobre el mantel damasco de la mesa y
telepáticamente
me comunica que puedo retirarme.
Me citan en el restaurante
vietnamita.
Unas gafas oscuras flotan
sobre la mesa damasco
ante las paredes de bambú.
Me siento ante las gafas
y busco con la mano el hilo del que penden
entonces, una figura se dibuja y se despega
de la muralla de bambú:
un hombre con traje a rayas.
Me maravillo por su perfecto camuflaje.
Me citan en el restaurante
vietnamita
de Av. Salvador
un hombre de gafas oscuras
espera perfectamente camuflado.
Desliza sobre el mantel damasco
una caja blanca, de madera, cerrada
y se mezcla definitivamente con la pared de bambú
quedando sólo unas gafas oscuras, que caen sobre la mesa.
Dentro de la caja de madera
blanca, el mensaje:
un dedo meñique, amputado.
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