Entrevistas cartoneras: Cynthia Matayoshi

Explorando el Weird Fiction:
una conversación con Cynthia Matayoshi

Por: Claudia Michel

¿Qué es lo que detona en ti el deseo de escribir un cuento? ¿Cuándo sabes que tienes una historia entre manos y qué te tiene que pasar para que la vuelques al papel?

Escribo cuentos buscándolos. Nunca es algo pasivo. Es algo así como salir a cazar espíritus. Me pasa con la escritura en general, más allá del género. La escritura no es algo natural que surge solo. Proviene de las lecturas, de la necesidad de dialogar con otros textos o de exorcizar un dolor. Pero, también es cierto que esa búsqueda puede traer fantasmas o no traerlos. Digamos que hay un momento de búsqueda e invocación hasta que el “espíritu” del cuento se presenta. Es esa presencia lo que detona la escritura. Cuando ya hay algo ahí, algo difícil de definir, pero que fue invocado. Nunca está el cuento delante de mí sin que lo haya buscado. Escribir es un trabajo, en ese sentido, de búsqueda constante entre las ruinas o un ritual.

Lo que se presenta nunca sé qué es o cómo llamarlo. Pero es algo que se siente. Y también se siente la necesidad de ponerle palabras. Si eso no me pasa no escribo. O lo que escribo, queda descartado. Creo que un buen texto necesita tener ese plus, no sólo contar una historia. Hay una idea de transmisión, a través del texto, al lector. La transmisión de algo innombrable antes del cuento. Y que el cuento o la novela o el poema, intenta nombrarlo. Generalmente, se fracasa. Pero a veces uno está cerca, la cuestión es cuánto te podés acercar.

Sobre el cuento que publicas con la Editorial Yerba Mala, coméntanos un poco si es parte de una serie o lo pensaste como un cuento suelto.

Siempre escribo en relación con un proyecto de libro. Este cuento, si bien es inédito y lo escribí para Yerba Mala, está en serie con otros cuentos en los que trabajo leyendas del campo argentino y leyendas urbanas, que siempre están ahí, nunca me olvido de ellas. En este caso se trata de una relectura de la leyenda de la difunta Correa, pero no me interesaba contar la leyenda, me interesaba pensar cómo sería el después. ¿Qué pasaría si la difunta Correa volviera de la muerte para amamantar a los niños desamparados del pueblo?

En “Como una yegua de La Majadita” hay una constante tensión entre la ternura y lo siniestro, como ese horror que producen las muñecas antiguas o las cajitas musicales ¿crees que la inocencia está vinculada al horror? ¿Cuál fue tu premisa a la hora de encarar la escritura de este texto?

En este cuento quería conjugar la muerte con el acto primordial del amamantar, vinculado a alimentar, a dar vida. Que también está erotizado, porque Eros está vinculado a la vida. Parecen términos extremos, pero no lo son, o en todo caso, me interesa cuando esos extremos se cruzan como en una banda de Moebius, porque en realidad, nuestra vida es eso. Aunque nos parezca que la vida y la muerte son términos muy separados, no lo son.

Por otro lado, lo que creo es que la infancia es el lugar donde nacen muchos de los terrores que disfrutamos leyendo. Es verdad que es un terreno que me interesa investigar. También me interesa desmitificar la infancia y la inocencia de la infancia. Jugar con esa etapa de la vida en la que la moral no está del todo implantada.

Considero que lo bello, en literatura, no se encuentra en la luz. Es la oscuridad el lugar donde lo bello se puede apreciar, como decía Tanizaki. En este sentido, mi estética de la belleza contiene el horror como una parte de esa estética. Para mí deben estar imbricadas: la belleza, la violencia, la ternura, los objetos pequeños. Y no sólo imbricadas. También diría en equilibrio. Si alguno de esos elementos está de más, ya el texto no me gusta. Como lectora, también me pasa.

El cuento que publicas en la Editorial Yerba Mala, propone una presencia maligna y ominosa, solo visibles ante el protagonista y el mendigo del pueblo ¿estarías de acuerdo con una lectura de este texto que plantee que solo los locos y los inocentes son capaces de ver el mal?

No, no lo creo de manera general. Esa fue una tesis para este cuento particular, pero no lo haría extensivo a otros cuentos o personajes. Es cierto que así funciona en este cuento, y diría que es casi una virtud de los personajes. Más bien, mientras escribía el cuento, me hacía la pregunta inversa: ¿qué les pasa a quienes no lo ven? Es la verdadera pregunta para mí. Cómo o por qué la madre del chico, en este cuento, no ve el mal. O hace como si no lo viera.

El mal encarnado en la yegua, parece en algún punto tener un plan de muerte. ¿Está acaso cumpliendo con los deseos soterrados de los adultos?

Por un lado, la yegua de la noche es uno de los nombres, nos dice Borges, de la pesadilla. Lo dice en una conferencia sobre el sueño de esta manera: «Llegamos ahora a la palabra más sabia y ambigua, el nombre inglés de la pesadilla: the nightmare, que significa para nosotros “la yegua de la noche”». Así que elegí esa figura para simbolizar varias cosas. Está esa idea de la pesadilla, que seguramente contiene deseos de muerte. Y, por otro lado, la yegua para mí es una figura simbólica del campo argentino. De la infancia heredada, también. Heredada me refiero a mi abuelo, que vivía en el campo. Y era él quien me contaba las historias de fantasmas, de espíritus, de la difunta Correa, de la Luz Mala, así que ese es el lugar adonde muchas veces voy a buscar el terror o lo inquietante. En esas historias y en sus símbolos.

En un cuento donde la tensión es creciente y el ambiente tenebroso, con frecuencia se suele tener finales rotundos, en el caso de tu cuento me parece que hay una combinación muy particular de tensión y a la vez final abierto ¿Qué factores analizas o trabajas para encontrar un final que te satisfaga?

Es una pregunta difícil. Hay cuentos en los que el final está desde el comienzo. Y otros en los que no tengo idea de cómo van a terminar hasta que no los escribo. Y luego, el trabajo con el texto, con lo más inconsciente que anida en el texto, es lo que me dicta de alguna manera el final. Tengo que decir que trabajo bastante con y desde lo inconsciente para escribir. Luego la corrección es otra cosa, ahí hay que apelar a la conciencia y la técnica. Pero la primera etapa es bien inconsciente. Muchas veces me preguntan por el significado de un símbolo y no puedo responder porque no lo sé. En el caso de este cuento sabía bien que la yegua era un símbolo. Pero otras veces no es tan claro para mí qué significa. Prefiero que sea el lector quien lo interprete. En caso del final de este cuento para mí es bastante cerrado, aunque no rotundo, pero no lo voy a contar, así lo pueden leer.

Muchos de tus trabajos podrían englobarse dentro del weird fiction ¿estás de acuerdo con esta clasificación? ¿Cuál consideras que es el rol de este género actualmente en la literatura escrita en español?

Estoy de acuerdo siempre que no se vuelva una etiqueta fija, justamente la entiendo como la clasificación de lo inclasificable, para decirlo muy rápidamente. Yo no lo veo como un género, lo veo como una zona literaria, en la que pueden conjugarse diversos géneros y me interesa porque pone en cuestión la realidad, la lengua, las categorías con las que pensamos nuestra posición en el mundo.

Es decir, el weird se transformó en un canal que transmite preguntas que nos estamos haciendo hoy sobre el mundo en el que vivimos: qué es ser humano, qué relaciones mantendremos con lo no humano, con la denominada “naturaleza”, con la tecnología, con el hambre. Hay una urgencia por pensar en estos temas, aunque no tengamos las respuestas, y el weird es la forma que me permite a mí canalizar esas preguntas. Y muchas otras.

Creo que la literatura en español tiene mucho para decir en este campo. Especialmente en Latinoamérica, por nuestra historia, las condiciones en las que vivimos, la violencia que padecemos, todo eso se vuelve muy fantasmal, muy urgente. Entonces si esto lo queremos formular como pregunta, es tan complejo, porque nos estamos preguntando por el calentamiento global, la inteligencia artificial, pero también por la pobreza extrema de los chicos, por la violencia hacia mujeres y las comunidades disidentes, son demasiadas preguntas y todas son importantes. Así que definitivamente creo que esa zona literaria que es el weird viene a darle un espacio a esas preguntas, es un canal para poder formularlas con una libertad muy grande porque sus límites son porosos.

Escribes poesía y narrativa, ¿te sientes más cómoda con algunos de estos géneros? ¿Cómo vives el transcurrir entre un género y otro?

Parto de la idea de que escribir es incómodo. Físicamente incluso, es doloroso. Pero si hablamos de placer, no hay diferencias entre géneros. Aunque la poesía creo que es la lengua que está en la base de la narrativa.

El transcurrir de un género a otro para mí es natural porque siempre estoy buscando romper los límites de los géneros. No digo que lo logro, pero es una búsqueda constante.

Como lectora le exijo a lo que leo que tenga cierto gesto del poema, ese gesto rupturista que tiene el poema. Esto quiere decir: que sea una lengua que esté dispuesta a romper esa atadura entre significado y significante, o a romper la sintaxis. Y cuando escribo me lo exijo a mí. Parto de la idea de que no estoy usando el mismo lenguaje que en la vida cotidiana. Simula ser, pero no es.

Es algo que me interesa de la literatura en general, más allá de los géneros. Es decir, que me incomode, que me haga dudar sobre la realidad, que me recuerde que este mundo no es el único mundo y que esta realidad no es la única realidad en la que puedo vivir. Entonces, la literatura se vuelve placentera, un lugar de cobijo y de resistencia. Un refugio.

¿Qué significa para ti publicar en Bolivia y en una editorial alternativa como Yerba Mala?

Significa una alegría enorme porque de alguna manera rompemos las barreras del espacio y de los pormenores del mundo editorial tradicional. Eso siempre se festeja. Pero además, mis libros no están en Bolivia, así que es una doble alegría que mi primera publicación boliviana sea en Yerba Mala. Y que sea en el formato del cuento, que no sé por qué todavía se sigue considerándose en muchos espacios como género menor, cuando es lo más difícil de escribir. Y de las cosas más placenteras de leer.

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