Nido de pájaros


Notas sobre Tun, Tun, Tun Ardía Tu Corazón de Giovanna Rivero



Por Cecilia De Marchi


Publicado originalmente en Apuntes Laterales



"Daría mi vida por dos hermanos 
o por ocho primos" 
(J.B.S. Haldane)




Hay una idea muy popular que equipara la selección natural con la victoria del más fuerte. Es, por supuesto, una idea equivocada: la selección natural no se trata de fuerza, sino de sexo y reproducción. Se trata de la herencia de rasgos sutiles, en combinaciones únicas pero con origen compartido, que se acumulan en las generaciones para hacer que cada especie se diferencie. Y esto es importante: la evolución no es un fenómeno personal o individual, sino colectivo, acumulativo y familiar. Por eso uno de los mecanismos más importantes es el de la selección de parentesco. 




Mientras que en la visión de la selección natural clásica se piensa que se conservará una característica que haga que un individuo esté más adecuado para sobrevivir en un entorno determinado, en la selección por parentesco se resalta que a veces un rasgo puede ser poco adecuado para que un individuo sobreviva, pero muy adecuado para que sí lo hagan los parientes y entorno cercano. Un ejemplo de este mecanismo es el cuidado que se pone, llegando al sacrificio de la propia vida, por los hijos.


había bostezado. Sin embargo, el bostezo la alegró, sentía que era como acostarse juntos, cerrar los ojos, compartir las mismas imágenes. Eso, como en los sueños, en el sótano, o allá arriba, en un nido de pájaros. Hey, eso es posible, como los pájaros. Siendo pájara, por ejemplo, podría alimentarlo directamente.


Podemos ir contra este instinto. Podemos, claro que sí, tomar la decisión de alejarnos de nuestros seres amados, pero el costo emocional es grande. Aunque nos alejemos de nuestra parentela, quedamos conectados de una forma emocional como no sucede con otras personas.


Quería poder decir que participaba de su cotidiano, quería poder filtrarse en las fallas invisibles de su crianza. Luego, cuando el futuro llegara, si es que tenía la lucidez suficiente para saber que el futuro había llegado, podría decir que había criado un hijo.


Este mecanismo se va volviendo menos intenso a medida que los parientes se hacen más lejanos. 


La luna era una manzana mordida, saboreada a dentelladas, o envenenada por las carcajadas de las madrastras. Tu madre fue como una madrastra para mí.


El mecanismo se ha sofisticado con el tiempo. No solo nos ocupamos de nuestros parientes, nuestra descendencia, sino que nos pre-ocupamos: queremos que sean felices, que se hagan fuertes y que puedan dejar su espacio seguro, su nido.


Mirá, dijo tu abuela con su bellísima voz de bruja, vamos a hacer una prueba: «Hoy vas a ser distinto». [...] Entonces te animaste a ponerte los tacones y avanzaste despacito para no desbarrancarte desde esa nueva altura en el edén terrenal que se había desatado.


Este instinto es tan fuerte que incluso nuestra cultura se nutre de él. Y es que no somos más que otros animales, pájaros que nutren a sus pequeños, primates que protegen sus crías, somos hijos de hijos, en una cadena que no lleva a Adán y Eva sino a una luz primigenia, una luz amorosa. 


Una portada de las infinitas portadas de Yerba Mala



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