Reseñas YMC. El camino de las hormigas



Por: María José Borda

Las hormigas siempre nos anticipan algo, a veces la lluvia, el deseo, a veces, la muerte. 

Este año los ganadores del concurso de poesía Emma Villazón fueron Erwin Massi (La Paz) como obra ganadora; Graciela Gonzáles (Santa Cruz) y Elizabeth Astete (Potosí) como menciones de honor. Los tres nos llevan a sentir algo que no sabemos si siquiera sentiremos. Existir, colisionar, linchar, matar, volver a linchar y volver a matar. 

Las hormigas salen del hormiguero a morar nuestras grietas, a invadirlas. Como si no fuera suficiente ya tener grietas, con historia, con memorias. Que pesan. Tener una historia desde antes que cualquiera pudiera anticipar que existiríamos. Tratar de mantener esa historia con estrellas, teteras, poemas. 

“La suerte del camino” ya está echada en los ocho poemas de Erwin, nos vociferan hechos y ecos. Parte de una historia que ya está escrita hace mucho. Quiénes somos, qué vestimos, de dónde venimos, a dónde vamos, preferencia de ropa, de cabello, de asiento. Todo decidido, antes de decidir. 

Una justicia que es más que justicia, es comunidad. Porque la muerte une. Aunque uno no quiera, uno siente querer, uno quiere querer. Quiere que resuene con uno. Porque es memoria y tiene que resonar(nos). El nacer en un lugar te hace ser algo y el no, también. No querer cumplir con dar vida. Querer dar muerte, a veces. Dar azogue, sacar bala para no imantarla. Para encontrar nombre, para nombrar. Para no ser solo una ofrenda. 

Graciela nos adentra en sus paredes, en sus entrañas, en su cocina, en sus días, en su útero. Un dónde para conocer el de dónde (vienes). Incluso antes de nacer, querer ser una cosa que no hiera, no mortal. No poder ser otra cosa, más que lo que siempre se fue. Nos invita a ser un cuerpo, un estomago que no depende de uno, ni del mismo cuerpo, ni del deseo. Depende del frío, de lo externo. 

Uno sabe que viene la lluvia, se prepara para ella y, aun así, rebasa, inunda y todo se vuelve cascada. Caos. En realidad, no se quiere impedir el caos, sino lo que este destapa, lo que este nos hace cuestionar, como en Lluvia, uno de los diez poemas de la artista visual cruceña. 

¿Existe acaso el final de un poema(rio)? Este llega con el Origen, “al mar regreso/en el mar me sumerjo/el mar/agua soy/”. De donde siempre fue. Lo que siempre fue, incluso antes de ser. Una cosa que hiere, una cosa mortal. 

Elizabeth por su parte, empieza sus diez poemas como agujero negro, que anticipa su constante absorción. Ser absorbida y absorber. A todos, a todo, a sí misma. Sus grietas, sus deseos, su querer, su no querer ser la misma. Su querer pensar en la muerte, pero no querer morir. Quizá solo eso, su querer pensar en. Ocultarse de la superficie, en lo profundo. Para poder llorar, poder respirar, poder ser. Poder ser algo que no se es. Otro animal, otro insecto. 

Ser polvo de estrellas o la galaxia entera. Ser un agujero negro que cabe en el bolsillo, que absorbe, que se absorbe. Y que siempre pueda colisionar con las monedas.

María José Borda Rivero (Cochabamba, 1996). Ingeniera ambiental, actriz, científica. Amante del teatro, casi la mitad de su vida, de Samuel Beckett y los cuentos. Directora de teatro, clown y narradora oral. 
Aspirante a lo literario que le llega a la vida y se queda en el corazón. Cofundadora e integrante de Racconto Artes Escénicas, desde que la pandemia hizo más insostenible el teatro. No se arrepiente.

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