Carta de Miguel Ángel Trujillo

La verdad es que eso aún no me cabe en la cabeza. No lo entiendo. Lo recuerdo y más que ponerme triste me pone rabioso. Me hierve la sangre y quisiera buscar a quien le hizo eso, vengarme, pero el sentimiento es encontrado al darme cuenta, en ese mismo instante, que fue su misma mano el que llevo el brebaje a la boca. No pude evitar en pensar en la fugacidad de la vida, en su fragilidad (me suena en la cabeza la música: "Hoy estoy aquí, maaañana me voy...”). No puedo dejar de pensar en ese miércoles, después de las celebraciones paceñas, antes del maldito pichi día de la amistad, decidiendo que aquí no iba más, que se salía del ring, y le puso sabor a su leche. Y "adiós cuates, me voy a conocer otras cosas".

No pues Crispín, estas no son lágrimas de tristeza, son lágrimas de rabia. Tú que me enseñaste el tema de Víctor Heredia, "soobreviviendo, sooobreviviendo...", ¿No era ese el asunto? ¿Sobrevivir?

El mundo loco te olvidará, eso me temo, poco a poco te irás diluyendo en el aire, en el pensamiento, en lo poco que escribiste, en lo mucho que trabajaste, en la música que presentabas en el Pacha Blues, en todas esas mañanas que ya no te verán levantarte de la cama buscando siempre como difundir la literatura mediante la yerbamalacartonera. (¡cabronazo!).

Te recuerdo en la materia de la cual parecía que nunca íbamos a salir. Sentado atrás, siempre atrás, buscando la mejor vista, la que abarque a todos; porque yo sé Crispín, era para observarnos y porque no te gustaba que te observaran, pero yo te observaba, pendejo. Con esa pinta de changuito tierno, misma pinta que la última vez utilizaste para mostrarnos emocionadísimo unos libros de escritores bolivianos que habías conseguido, parecías niño con juguete nuevo, y fue la última vez que nos vimos...

¿Te acuerdas de la que nos gustaba? Que te vas a acordar... yo más bien me acuerdo de esos momentos de discusión, o más bien de resignación, pues no sabíamos si éramos católicos, cristianos, ateos, musulmanes o qué. Aunque eso fue hace tiempo, tú seguiste buscando las respuestas pues yo me estanqué. Pues no sé a qué conclusiones habrás llegado para ir personalmente a verificar al más allá.

La última vez que hablamos fue por teléfono, para pedir un favor para tu amigo. Te negué el favor porque no podía. Siempre estabas preocupándote por los que te rodeaban. No cambiaste Crispín.

No sé que habrá pasado, pues yo no creo que te fuiste muy feliz que digamos, quizá dijiste "ah no, a mi la vida no me caga, primero yo la cago, salud". Y quisiera recriminarte bien jodido, para ver si así logro que puedas venir a darme tus objeciones. No fuiste ni valiente ni cobarde, sólo decidido. Pero ya está, al hecho pecho. Nomás que te voy a extrañar mucho y sin duda me daré la vuelta en clases para verte sentado atrás con tu peinado serio, flaquito, con la chamarra amarilla y jeans, diciéndole a alguien que tal o cual libro es alucinante, alucinante...

Adiós Crispín, adiós.

Miguel Ángel Trujillo

Comentarios

  1. a sus letras vida, a él buenos sueños

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  2. Anónimo11:19 p.m.

    Carta abierta al Crispín
    En memoria del escritor Crispín Portugal


    “¡HASTA CUMPLIR MI SENTENCIA GRITARÉ: QUIERO MORIR!” Hojeo, nuevamente, el libro que escribiste, tu Almah, la vengadora, y me detengo en las últimas líneas del final; así con mayúsculas, en negrita, como grito de dolor, desgarrado y desgarrador; así lo percibo, así te imagino, así me siento. Entre tapas de cartón reciclado y hojas fotocopiadas. ¿Qué pasó mi hermano?

    Me enteré de tu partida algo tarde, ya te habías ido (y no te despediste, desgraciado). Asé que algunos de los amigos fueron a decirte adiós, con pañuelos blancos y todo; sabiendo algunos que se encontrarán pronto contigo, otros un poco más tarde. Me enteré cuando ya habías partido, ni cómo darte el abrazo guardado durante tanto tiempo, ni siquiera una dirección para mantener el contacto. Cris, ¿cuánto pasará hasta que nos volvamos a encontrar?

    El periódico y algunos blogs me enteraron de la noticia, no sabes cuánto los odié; el corazón arrugado me decía que no podía ser cierto, que la verdad no siempre te liberaba, que ya era tarde, que ya no se podía hacer nada. La charla postergada porque pensábamos que el tiempo nos pertenecía, el apretón de manos olvidado por la rutina, el saludo a la rápida por esos apuros que nadie entiende estaban doliendo ahí dentro; no sé exactamente dónde, pero se dejaban sentir.

    Sabes qué, por vos, hermano, estoy volviendo a leer El defensor tiene la palabra, de Petre Bellú, intentando encontrar la clave de tu partida, quizá ahí esté, escondida entre tanto dolor de muerte. Recuerdo que en más de una entrevista publicada dijiste que ese libro, descubierto, leído y prestado en primer año de universidad, había cambiado tu vida. Soy testigo de que los leías y lo releías. Sabes, ahorita estoy escuchando a Manolo Otero, cantando desde el cassette que me grabaste para las reuniones en el piso 10 del Monoblock o para la intimidad de la pena. Sé que te estarás acordando de nuestros paseos por Ciudad Satélite, por La Ceja; vos me enseñaste dónde comprar los libros viejos en la 16 de julio. Tampoco olvidarás las guitarreadas con el Eddy, los partidos de fútbol en las canchas del poeta, y los deseos de cambiar el mundo a punta de revolución.

    Te perdiste, me perdí, nos fuimos, había otros caminos que nos estaban esperando; pero la ¿maldición? de las letras nos volvió a reunir. Te estoy viendo entrar en el aula Saenz para compartir la literatura camba, nos vemos con caras de sorprendidos, apenas un cruce de palabras, sabiendo lo que guardábamos dentro, quizá para después, qué tontos, nos ahogaban las ganas de hablar de los amigos, evocar viejos tiempos, planificar nuevas reuniones.

    Crispín, todavía no puedo creer que te hayas ido, así, sin más; parece tan fácil y tan duro a la vez. Te fuiste, sin teatros, sin aspavientos, como era tu modo de ser, como alguna vez te habías ido del grupo. Pero en esa sencillez supiste ponerle a tu vida ese final magistral, como en los mejores cuentos. Y sabes qué, sal igual que antes, espero encontrarte, cualquier rato, en el lugar menos pensando, para hablar, como si nada hubiera pasado, ni siquiera el tiempo.

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